Serie Jigoro Kano: ¿Quién era realmente?

Como vimos con anterioridad, durante su primer viaje a Europa, Jigoro Kano no dejó de aprender y enriquecerse con nuevas culturas que, a primera vista, se alejaban mucho de la de su Japón natal. Sin embargo, todas las diferencias que notaba no le preocupaban, sino todo lo contrario. Sacaba nuevas fuerzas de sus experiencias y se preparaba para extraer la esencia que le permitiría mejorar su método de enseñanza y, en consecuencia, el judo que acababa de inventar. En cada oportunidad que se le presentaba, no dudaba en embarcarse en una demostración práctica de su invento.

Hay que imaginarse que, a finales del siglo XIX, el judo todavía era muy desconocido; estaba apenas en sus comienzos. Aunque la atracción por Japón, que se estaba abriendo, crecía cada día, el judo era totalmente desconocido en Europa y, obviamente, en el resto del mundo. Sin embargo, Kano ya tenía una idea muy precisa de lo que quería hacer con él. Su viaje de regreso a Japón, durante el cual hizo escala en Egipto, le brindó la oportunidad de afirmar algunos principios técnicos y filosóficos que siguen desempeñando un papel crucial en el desarrollo del judo moderno.

Transporte local.

Una vez más, lo que atrajo a Kano a El Cairo fue sobre todo su curiosidad. Sencillamente, al no querer recorrer de vuelta el mismo camino que de ida, Egipto y sus riquezas arqueológicas y culturales eran demasiado tentadores para el joven. Acompañado por un inglés, un francés, un holandés, un suizo y un austriaco, partió a explorar la ciudad y luego las pirámides.

Kano relata en sus diarios de viaje: “Por la tarde visitamos toda la ciudad de El Cairo. Como las calles estaban cubiertas de piedras, decidimos montar en burro. Yo ya había tenido la experiencia de montar a caballo en Japón, pero como no era muy diestro, me daba un poco de miedo viajar a lomos de un burro, trotando por caminos pedregosos. Descubrí muchas cosas”. (fuente: Jigoro Kano, Padre del Judo – Michel Mazac – Ediciones Budo, 2014).

Las pirámides.

Al día siguiente, en los lomos de un camello, Jigoro Kano salió a explorar los alrededores desérticos de El Cairo, en particular la Esfinge y las pirámides, que decidió escalar. Se enorgullecía de haber sido capaz de escalar solo, sin ayuda y sin necesidad de rehidratarse. Kano relata: “Cuando nos acercábamos a la cima, nuestros guías nos ofrecieron agua en un recipiente de barro parecido a una jarra de sake. Acostumbrado desde hacía tiempo a no beber agua, por el entrenamiento de randori en judo, me negué. Cuando llegamos a la cima, el sol estaba empezando a salir, era un paisaje indescriptible. El hecho de que la escalada saliera bien demostró mi gran determinación y la eficacia del entrenamiento regular. Fue una experiencia interesante”. (fuente: Jigoro Kano, Padre del Judo – Michel Mazac – Ediciones Budo, 2014).

Por desgracia, Kano no tuvo tiempo de profundizar en la cultura del antiguo Egipto. Tuvo que volver a la carretera, o al tren y luego al barco, para ser más precisos. Hizo escala en Adén, entonces parte del Protectorado Británico de Adén, ahora en Yemen. Después cruzó el océano Índico y llegó a Colombo, en Sri Lanka, antes de llegar a Saigón, hoy Ho Chi Minh, en Vietnam, y más tarde a Hong Kong. Kano aprovechó las largas travesías oceánicas para demostrar a los demás pasajeros sus habilidades en los deportes de combate y, por tanto, en el judo. Con ello ganó cierta notoriedad y un respeto sincero.

Su demostración de judo la realizó a expensas de un oficial de la marina presente en el barco y cuya fuerza era legendaria. Durante un desafío amistoso, Kano fue capaz de sujetar al marinero contra el suelo, mientras éste no lograba bloquear a Kano. Para ello utilizó uno de los principios sobre los que había trabajado, que consistía en utilizar la fuerza del otro y devolverla contra él. Impresionados por la agilidad y la fuerza de Kano, a pesar de su pequeña estatura, los pasajeros le pidieron que les demostrara algunas técnicas de lanzamiento, de las que les había hablado.

Jigoro Kano.

El oficial que había sido derrotado en el suelo por Kano y que estaba un poco disgustado, le pidió que intentara tirarle. Los dos hombres acordaron una fórmula que consistía en una pelea en la que el ganador sería el que tirara al otro. Kano relata: “El oficial cruzó las manos a mi espalda e hizo todo lo posible por derribarme, balanceándome de derecha a izquierda.

Esto lo sufrí una o dos veces; estaba esperando la oportunidad adecuada para introducir mi movimiento y pronto, en el momento justo, le lancé con una forma que era mitad koshi-nage, mitad seoi-nage. Era obvio que la cabeza iba a caer hacia delante, así que rápidamente le sujeté la cabeza para que no golpeara el suelo”. Kano acababa de demostrar la eficacia de su judo, pero también su respeto por el compañero. El oficial y Kano se hicieron buenos amigos durante el resto del viaje.

Durante su viaje, Jigoro Kano nunca dejó de descubrir las costumbres locales. Su curiosidad no tenía límites. Quería saber, quería aprender, porque tenía la sensación de que, de algún modo, la riqueza cultural que estaba almacenando le resultaría útil tarde o temprano. Hombre de grandes conocimientos, le gustaba compartirlos, pero también era especialmente aficionado a mezclarse entre la multitud para percibir la esencia del mundo.

Autor: Nicolas Messner.
Fotografías: Nicolas Messner.
Fuente: https://www.ijf.org/news/show/a-curious-man-9